KAYAK No Limits.
Menorca a Cegues
Isaac Padrós: "Si esta aventura no la ha hecho antes ningún invidente, por algo será, ¿no?."
Las historias de superación siempre nos impactan.
El pasado nueve de enero en VERTE Oftalmología Barcelona tuvo lugar una presentación sobre una experiencia extraordinaria.
El proyecto que conocimos tras la presentación del Dr. David Andreu, Director medico del centro y aficionado al kayak de mar, reunía el deporte, las dificultades visuales, la relación con el mar, el papel del guía, la gestión del miedo, el aprendizaje, y muchas otras ideas y experiencias que mantuvieron a la audiencia hipnotizada durante casi dos horas.
Allí nos reunimos la mayoría de médicos oftalmólogos, la Unidad de Optometría y la Unidad de apoyo Psicológico de nuestro Instituto, junto con una delegación de la sección de kayak del Club Nàutic del Garraf.
Dos invitados. Rai Puig, un experto guía profesional de kayak y reconocido aventurero en expediciones de navegación en solitario en lugares remotos. E Isaac Padrós, un joven que, tras un accidente de tráfico, desarrolló una ceguera completa a sus treinta y cuatro años. Ambos realizaron, hace pocos meses, una expedición sobrecogedora: dieron la vuelta a la isla de Menorca, cada uno montado en su kayak. Rai guiando y cuidando de Isaac. Isaac, propulsando con su pala el kayak en un mar oscuro sin otra ayuda que la voz de su guía.
Dar la vuelta a Menorca es una fantástica excursión de varios días que requiere cierta experiencia en el kayak y el suficiente conocimiento y respeto por el mar. Sobretodo si se lleva a cabo superando una ceguera, una gesta en mayúsculas que quisimos conocer y analizar en ICO. Sabíamos que podíamos aprender de la experiencia de Rai e Isaac para poder ayudar a aquellos pacientes que, lamentablemente, siguen sufriendo procesos de pérdida irreversible.
En esta primera entrega os vamos a explicar el relato de la expedición y sus claves desde nuestro punto de vista más profesional. En el próximo Newsletter, nos acercaremos un poco más a la experiencia personal de Isaac y a aquellos detalles que hacen extraordinaria la manera en cómo ha puesto la ceguera en su mochila, o mejor dicho, en su kayak, y ha seguido remando en un mar de desafíos y oportunidades.
La primera vuelta a una isla mediterránea sin visión en un kayak individual.
Era la primera vez que Rai e Isaac se presentaban ante un colectivo profesional de la visión. Hasta ahora, habían compartido la aventura con gente del deporte y del mar. Aquí se abría, para todos, una experiencia distinta. Un intercambio de conocimientos desde dos ámbitos distantes: el deporte y la oftalmología.
En pocas semanas, la experiencia de Rai e Isaac llegará a los medios en formato documental, y estamos convencidos de que tendrá un impacto social importante. En ICO, hemos tenido el privilegio de conocer a los protagonistas en primicia y de mirarlos con los ojos de la medicina.
Casi nada bueno se improvisa.
Meses antes de iniciar la expedición, Rai e Isaac entrenaron durante más de doscientas horas con sus kayaks. La aventura tenía riesgos y había que reducirlos al mínimo. Además de llevar móviles que funcionaban por satélite, chalecos y una embarcación de seguridad siempre cerca, Rai se aseguró de que Isaac aprendiera, por ejemplo, cómo evitar el vuelco y cómo solventarlo, en caso de que ocurriera.
Era la voz de Rai la que guiaba a Isaac sobre cuándo apoyar la pala a un lado o al otro para evitar volcar. El mar añadía una dificultad; al estar en constante movimiento, la posición de las olas y del kayak cambiaba en cuestión de segundos. Fue fundamental entrenar la reducción del tiempo entre las instrucciones de Rai y la acción de Isaac. Ambos sabían que la comunicación eficaz jugaba un papel clave en este viaje y lo corroborarían durante la travesía.
Empieza la aventura.
Por fin llegó la fecha esperada. Rai e Isaac se montaron en el kayak y se alejaron de la costa, poco a poco. Todos hemos sentido alguna vez la sensación de la inmensidad del mar. Si además no lo vemos y solamente lo sentimos, empequeñecemos todavía más. En medio de la inmensidad, Isaac estaba constantemente rodeado de estímulos no visuales. A la vez que hundía el remo en el agua y escuchaba las instrucciones del guía, debía estar alerta al menor detalle, lo cual suponía un gran cansancio mental.
El mar no siempre fue pacífico. Las primeras olas se empezaron a levantar el primer día. Como recordaron, divertidos, los dos amigos, ‘de repente, empezaron a crecer las olas. Cincuenta centímetros, ochenta, … ¡un metro!’. Ninguno de los dos dijo nada, esperando que fuera el otro quién diera el primer paso. ‘Total, ¡que el uno por el otro!’. Durante aquel primer reto, el entrenamiento y la preparación previa fueron fundamentales. Isaac no volcó ni en esta ocasión ni durante el resto de la travesía.
La música fue una de las claves de la aventura.
Con el objetivo de que Rai no tuviera que estar hablando durante las veinticuatro horas del día, los dos aventureros idearon un sistema de comunicación alternativo para que el guía pudiese descansar mentalmente y estar en silencio algún tiempo. Añadieron al equipaje un altavoz sumergible conectado por Bluetooth al móvil de Rai. De esta manera, reproducían música por el altavoz e Isaac podía palear al ritmo de la canción, trayendo momentos de gran alegría y relajación. Para su gran suerte, ¡ambos tenían los mismos gustos musicales!
Además de seguir el ritmo de la música, Isaac aprendió a sentir el ritmo de las olas. Se acompasaba al movimiento del mar y dejaba que fuera el agua quien le marcara el tempo de su paleo, como si de un baile se tratara.
La vida nómada estaba llena de retos y aprendizaje.
El problema llegaba cuando el mar embravecía e Isaac perdía la posición de dónde se encontraba el agua. Al no lograr encontrarla con su pala, se desestabilizaba y se ponía nervioso. Era entonces cuando se planteaba seriamente a sí mismo, ‘si esta aventura no la ha hecho antes ningún invidente, por algo será, ¿no?’.
Rai nos clarificó que lo realmente difícil era acampar. Isaac tuvo el doble mérito de enfrentarse al mar y a sus playas. Cada vez que llegaban a una playa nueva, el guía debía ponerle en situación. Explicarle cómo era la playa (si de roca o arena), cuáles eran los peligros, si había gente o si estaba vacía. Al fin y al cabo, era ‘como llegar a un hotel nuevo cada noche’.
Con la ayuda de las indicaciones de Rai, Isaac trazaba diagonales en la arena para poder llegar a los sitios, procurando ser lo más autónomo posible. Contó que para poder localizar los objetos, el orden era una de las claves. Los ciegos son muy metódicos y lo necesitan todo en el mismo lugar siempre.
Durante los primeros días de la expedición, Rai era muy protector. Poco a poco, fue apreciando que Isaac tenía mucha más autonomía de la que se había imaginado. El guía aprendió que ‘a veces sobreprotegemos a las personas con discapacidad’. Isaac era capaz de ir al baño solo, asearse y moverse por la playa. Y no solo eso. Le gustaba la aventura; pasar con el kayak entre las rocas e incluso meterse en las largas cuevas de Menorca, donde el agua se embravece y las paredes se estrechan hasta el punto de tocarlas con las manos. Una vez, al adentrarse en una de las cuevas más largas de la isla, se sumieron en la oscuridad. En aquel momento ‘estábamos en igualdad de condiciones -dijo Rai sonriendo. - Tuve que encender la luz frontal’.
Las percepciones no visuales
Durante la travesía, Isaac pudo percibir los aromas en diversos puntos de la isla. Especialmente en las cuevas, se intensificaban los olores y los sonidos marítimos. Tenía muy entrenado el sentido olfativo, pero no solo por su ceguera. Isaac había estado varios años vinculado profesionalmente al Celler de Can Roca. Al oír hablar del proyecto, el restaurante accedió a colaborar en el proyecto con entusiasmo .
Gracias a esta aventura, Isaac pudo conocer la isla de Menorca, de una forma muy particular. A través de sus perfiles aromáticos.
La emoción de llegar al punto de partida.
Prácticamente al final de la presentación, Rai proyectó lo que él consideraba la foto más representativa de la expedición. La llegada al punto de partida. Isaac lloraba de alegría y su amigo le miraba con orgullo. Aquel momento fue ‘el más emocionante de nuestras vidas’.
Son momentos como este los que dan sentido a una situación dura. Esta gran proeza tenía sentido para Isaac, quien se fortaleció física y mentalmente durante la travesía, y aumentó su confianza en sí mismo. Pero también tenía un sentido para muchas otras personas con discapacidad. La historia de Isaac era un verdadero ejemplo. Era posible dar la vuelta a una isla, era posible volverse a enamorar, era posible recuperar la confianza en un mismo, tener buenos compañeros, vivir en un piso con autonomía… En definitiva, esta aventura enseñaba que ‘hay alegría en la oscuridad, pero hay que construirla’.